Soy
indemne del locuaz
absurdo,
de la barrita de miel y cereal
-en
mi boca-
No
florezco en patas de insectos,
y
menos... en alas buscando
la
nada de una flor y del campo
soy,
un no oréganos mil…
No
facturo ni fracturo a mi corazón
en
lenguas gustosas de estambres,
no…
Mi
espejo contiene solo mi rostro,
y su
gris agonía
-sin
más-
el
profundo sentir donde se almacena
el
tarro de sal, el vinagre el óleo
y la
miel...
mi
alacena es profunda...
no
es primaria ni abonadora
de
adjetivos innecesarios...
Mi
imán no recolectar néctar artificial,
¡innecesario!
en
el obsequio de un -veneno dulce-
ácido
a espaldas..
Huyo
de los espejos imán, y de las imágenes
abstractas
queriendo ser realidades
de
otros cuentos,
que
se delata en nuca.
Mi
espejo quiebra mi cáliz -sin brindar-
cuando
nada hay que celebrar.
Y,
por supuesto, muestro mi sonrisa global...
¿A
quién le importa esa lágrima íntima,
el
insomnio locuaz,
las
preguntas a un dios imberbe,
dilapidar
ruegos -al universo- les sería grato,
muy
grato, un segundo más tarde
a la
viperina criticar…
Mi
espejo obtiene el suficiente plomo...
la
suficiente dinamita…
la
suficiente realidad...
la
suficiente claridad...
para
suicidarme cada día delante de él,
con
la mejor de mis sonrisas.
En
esta vida… no busco… no quiero…
no
necesito…
halagos
tuertos, que te hacen cegar,
para
romper tu propio espejo e imán
y
estrellarte en las absurdeces
de
otra realidad que no se
la
verdadera absurdez de mi realidad.
5.4.2016
Carmen
Hernández Rey
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