MEMORIAS DE MI ÚTERO
I. cap
Con el primer trueno, sabía que me quedaría a oscuras, y aquella habitación desangelada y llena de humedad, desconchada y a oscura fue, si cabe aún más tétrica de lo que recordaría mi mente.
Me asomé por el raquítico espacio de cristales sucios de aquella desvencijada ventana,
para ver, como las nubes tomaban posición en un vuelo rasante...
¡Nunca! Las vi tan cerca, tan grandes, tan oscuras, y su rumores llegaron hasta hacerse
un frio mortal en mi espalda, y supe que en menos de medio minuto anochecería.
Esa masa oscura se hizo un bloque entre el sol, negándonos la luz a mí y a ese paradisiaco
y solitario lugar... ambos sentimos la soledad más terrorífica.
La lluvia torrencial dio voz a mis vivas mis premoniciones, un primer relámpago hizo que la bombilla colgada del techo, sin protección alguna enmudeciera... en un pacto con aquellos cúmulos de agua, y todo quedó entre tinieblas.
El campamento, los árboles, las cabañas, la habitación, aquel camastro desvencijado y ese inmenso bosque
aguardaban la furia de aquellas negras nubes, mientras estas besaban sus copas temerosas... los truenos, fueron sucediéndose uno de tras de otro, y sentí el crujir de las ramas sobre los cristales,
eran uñas arañando un destino incierto.
Un frio me recorrió desde la nunca a los pies... por segundo el miedo, el cansancio y el frio me hizo estallar en sollozos... nunca sabré si los truenos alcanzaron los mismo decibelios que aquel gemido, las súplicas de todo aquel sin sentido y las preguntas de mi útero a la razón, en todos los despropósitos sin respuestas.
En medio de un lugar desconocido, y de la nada, en el mismo centro de mis desconciertos y desubicación, sentí un temblor de tempano. La nada... era superior a todo.
Por momentos, pensé... Los pinos serán los que vengas a rescatarme, me salvarán, se unirán conmigo en un baile, en una danza...
¡Nadie! nadie tuvo la clemencia de poner una tregua entre el cielo y el infierno... ese que se vivían dentro y fuera de mí.
¡Nadie! Nadie supo, ni sabrá las trampas del destino, para hacerme llegar hasta aquí...
2.4.2014
Carmen Hernández Rey
©® autora extremeña
todos los derechos de autora
Foto de Maria Torres.
Con el primer trueno, sabía que me quedaría a oscuras, y aquella habitación desangelada y llena de humedad, desconchada y a oscura fue, si cabe aún más tétrica de lo que recordaría mi mente.
Me asomé por el raquítico espacio de cristales sucios de aquella desvencijada ventana,
para ver, como las nubes tomaban posición en un vuelo rasante...
¡Nunca! Las vi tan cerca, tan grandes, tan oscuras, y su rumores llegaron hasta hacerse
un frio mortal en mi espalda, y supe que en menos de medio minuto anochecería.
Esa masa oscura se hizo un bloque entre el sol, negándonos la luz a mí y a ese paradisiaco
y solitario lugar... ambos sentimos la soledad más terrorífica.
La lluvia torrencial dio voz a mis vivas mis premoniciones, un primer relámpago hizo que la bombilla colgada del techo, sin protección alguna enmudeciera... en un pacto con aquellos cúmulos de agua, y todo quedó entre tinieblas.
El campamento, los árboles, las cabañas, la habitación, aquel camastro desvencijado y ese inmenso bosque
aguardaban la furia de aquellas negras nubes, mientras estas besaban sus copas temerosas... los truenos, fueron sucediéndose uno de tras de otro, y sentí el crujir de las ramas sobre los cristales,
eran uñas arañando un destino incierto.
Un frio me recorrió desde la nunca a los pies... por segundo el miedo, el cansancio y el frio me hizo estallar en sollozos... nunca sabré si los truenos alcanzaron los mismo decibelios que aquel gemido, las súplicas de todo aquel sin sentido y las preguntas de mi útero a la razón, en todos los despropósitos sin respuestas.
En medio de un lugar desconocido, y de la nada, en el mismo centro de mis desconciertos y desubicación, sentí un temblor de tempano. La nada... era superior a todo.
Por momentos, pensé... Los pinos serán los que vengas a rescatarme, me salvarán, se unirán conmigo en un baile, en una danza...
¡Nadie! nadie tuvo la clemencia de poner una tregua entre el cielo y el infierno... ese que se vivían dentro y fuera de mí.
¡Nadie! Nadie supo, ni sabrá las trampas del destino, para hacerme llegar hasta aquí...
2.4.2014
Carmen Hernández Rey
©® autora extremeña
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